Vivencia del espacio
A través de una serie de experimentos pudo llegarse a explicar el fenómeno de percibir la profundidad que nos proporciona la visión con ambos ojos. Por experiencia sabemos que con un solo ojo no podemos apreciar bien la distancia entre dos objetos. Sólo nos podemos orientar de un modo experimental, pero sin tener una base precisa para medir esta lejanía. En cambio, disponemos de esta base en el momento en que miramos con ambos ojos, lo cual consiste en captar la misma imagen del objeto observando en cada ojo, aunque un poco desplazada hacia el lado de la correspondiente retina. Este desplazamiento lateral de ambas imágenes en la retina es el requisito para apreciar la lejanía, es decir para la visión estereoscópica. De esta manera se comprende que es posible conseguir imágenes estereoscópicas tomando con una doble cámara dos imágenes separadas por la distancia ocular. Si se consigue que mediante un aparato en forma de lente cada imagen sea presentada ante un solo ojo, entonces ambas imágenes se funden en la conciencia. Con este sistema se crea la sensación de profundidad del mismo modo que en el fenómeno visual.
Inversión de la imagen en la retina
Otro fenómeno importante del mecanismo de la visión consiste en el hecho de que veamos los objetos del derecho siendo así que en la retina aparecen invertidos. Este ver del derecho es consecuencia de un largo proceso de aprendizaje que empieza ya en el niño de pecho.
Este fenómeno se ha demostrado claramente con el siguiente experimento: un hombre estuvo llevando durante bastante tiempo unas gafas especialmente construidas de modo que la imagen normal de los objetos se veía invertida. Con este artificio se consiguió que la imagen apareciera derecha en la retina, al revés de lo que ocurre en la normalidad. De esta manera se acostumbró a ver al revés su mundo exterior, experimentando al cabo del tiempo un sentido de la orientación invertido, con lo cual a pesar de la inversión de imágenes en la retina veía el mundo igual que todos nosotros.
A través de una serie de experimentos pudo llegarse a explicar el fenómeno de percibir la profundidad que nos proporciona la visión con ambos ojos. Por experiencia sabemos que con un solo ojo no podemos apreciar bien la distancia entre dos objetos. Sólo nos podemos orientar de un modo experimental, pero sin tener una base precisa para medir esta lejanía. En cambio, disponemos de esta base en el momento en que miramos con ambos ojos, lo cual consiste en captar la misma imagen del objeto observando en cada ojo, aunque un poco desplazada hacia el lado de la correspondiente retina. Este desplazamiento lateral de ambas imágenes en la retina es el requisito para apreciar la lejanía, es decir para la visión estereoscópica. De esta manera se comprende que es posible conseguir imágenes estereoscópicas tomando con una doble cámara dos imágenes separadas por la distancia ocular. Si se consigue que mediante un aparato en forma de lente cada imagen sea presentada ante un solo ojo, entonces ambas imágenes se funden en la conciencia. Con este sistema se crea la sensación de profundidad del mismo modo que en el fenómeno visual.
Inversión de la imagen en la retina
Otro fenómeno importante del mecanismo de la visión consiste en el hecho de que veamos los objetos del derecho siendo así que en la retina aparecen invertidos. Este ver del derecho es consecuencia de un largo proceso de aprendizaje que empieza ya en el niño de pecho.
Este fenómeno se ha demostrado claramente con el siguiente experimento: un hombre estuvo llevando durante bastante tiempo unas gafas especialmente construidas de modo que la imagen normal de los objetos se veía invertida. Con este artificio se consiguió que la imagen apareciera derecha en la retina, al revés de lo que ocurre en la normalidad. De esta manera se acostumbró a ver al revés su mundo exterior, experimentando al cabo del tiempo un sentido de la orientación invertido, con lo cual a pesar de la inversión de imágenes en la retina veía el mundo igual que todos nosotros.
La visión como experiencia
El ejemplo precedente nos muestra cómo la orientación visual supone un proceso de aprendizaje consistente en que las percepciones ópticas se comparan con otras corrigiéndose mutuamente.
En este proceso desarrolla una función muy importante el sentido del tacto. Si observamos a un niño de pecho veremos que no se conforma con mirar los objetos sino que aprovecha cualquier ocasión para tenerlos en la mano o metérselos en la boca, «experimentándolos» de esta manera una segunda vez, tomando una idea más completa.
Nuestra imagen del mundo surge así de la experiencia mudable e influenciable de las distintas percepciones sensoriales. Naturalmente se comprende pues, que la imagen del mundo deba irse modificando cuando alguno de los órganos sensoriales no funciona y no puede actuar por lo tanto en el proceso de aprendizaje.
Objetividad de la percepción
En el ejemplo de las personas que se acercaban hemos visto ya cómo la objetividad de la percepción quedaba modificada por la experiencia del hombre. Surge entonces el problema de averiguar hasta qué punto nuestras percepciones son objetivas. Si yo sé por experiencia que el hombre que se me acerca conserva siempre su mismo tamaño, y yo también lo conservo para él, queda justificada la posibilidad de que nuestras percepciones no sean correctas y, por lo tanto, nos aparten de la realidad objetiva.
Para comprobar la objetividad de nuestras percepciones ópticas existen tests que analizan nuestro proceso de percepción. De esta manera entramos en el terreno de las curiosas ilusiones ópticas
¿Cómo se realizan estas «ilusiones»? El mundo, tal como lo aprehendemos, es el resultado final, no la causa, de nuestras percepciones. Personas que ven lo mismo, no siempre perciben lo mismo. Incluso el valor de las declaraciones de testigos aparece claro por medio de gran número de ilusiones ópticas
Fundamento de las ilusiones ópticas
Las ilusiones ópticas han preocupado durante largo tiempo al mundo de la ciencia. Poco a poco se averiguó que en estos procesos actúa en primer lugar lo que podríamos llamar el principio de la forma. Esto quiere decir que en la percepción no se constatan ni observan nunca partes aisladas sino que siempre percibimos una totalidad que engloba a dichas partes. Por esta causa, lo particular adquiere un aspecto distinto según se acople a lo que le rodee o bien permanezca aislado. Un rectángulo siempre será percibido y experimentado por nosotros como rectángulo, sea cual sea su posición. De la misma manera reconoceremos un fragmento de círculo aunque variemos una y otra vez su posición en el plano.
En ambos ejemplos la imagen proyectada en la retina, ha cambiado por completo. Los estímulos luminosos de la figura han suscitado la aparición de puntos diferentes en la pantalla retiniana. Sin embargo, a pesar de todo, se ha conservado la «forma», es decir, el aspecto y la estructura del todo. Lo que ocurre es que nosotros no interpretamos las variaciones fundamentales del estímulo como una nueva figura, sino que los reconocemos como pertenecientes a la misma aunque en distinta posición. Así pues, todas las percepciones quedan englobadas en la totalidad de nuestra experiencia. Por esta causa, la «forma» del mundo exterior puede modificarse según los sentimientos, disposiciones y peculiaridades personales de cada individuo, de manera que la realidad no se nos presenta «objetiva» sino en relación con la experiencia individual del sujeto que la percibe.
El ejemplo precedente nos muestra cómo la orientación visual supone un proceso de aprendizaje consistente en que las percepciones ópticas se comparan con otras corrigiéndose mutuamente.
En este proceso desarrolla una función muy importante el sentido del tacto. Si observamos a un niño de pecho veremos que no se conforma con mirar los objetos sino que aprovecha cualquier ocasión para tenerlos en la mano o metérselos en la boca, «experimentándolos» de esta manera una segunda vez, tomando una idea más completa.
Nuestra imagen del mundo surge así de la experiencia mudable e influenciable de las distintas percepciones sensoriales. Naturalmente se comprende pues, que la imagen del mundo deba irse modificando cuando alguno de los órganos sensoriales no funciona y no puede actuar por lo tanto en el proceso de aprendizaje.
Objetividad de la percepción
En el ejemplo de las personas que se acercaban hemos visto ya cómo la objetividad de la percepción quedaba modificada por la experiencia del hombre. Surge entonces el problema de averiguar hasta qué punto nuestras percepciones son objetivas. Si yo sé por experiencia que el hombre que se me acerca conserva siempre su mismo tamaño, y yo también lo conservo para él, queda justificada la posibilidad de que nuestras percepciones no sean correctas y, por lo tanto, nos aparten de la realidad objetiva.
Para comprobar la objetividad de nuestras percepciones ópticas existen tests que analizan nuestro proceso de percepción. De esta manera entramos en el terreno de las curiosas ilusiones ópticas
¿Cómo se realizan estas «ilusiones»? El mundo, tal como lo aprehendemos, es el resultado final, no la causa, de nuestras percepciones. Personas que ven lo mismo, no siempre perciben lo mismo. Incluso el valor de las declaraciones de testigos aparece claro por medio de gran número de ilusiones ópticas
Fundamento de las ilusiones ópticas
Las ilusiones ópticas han preocupado durante largo tiempo al mundo de la ciencia. Poco a poco se averiguó que en estos procesos actúa en primer lugar lo que podríamos llamar el principio de la forma. Esto quiere decir que en la percepción no se constatan ni observan nunca partes aisladas sino que siempre percibimos una totalidad que engloba a dichas partes. Por esta causa, lo particular adquiere un aspecto distinto según se acople a lo que le rodee o bien permanezca aislado. Un rectángulo siempre será percibido y experimentado por nosotros como rectángulo, sea cual sea su posición. De la misma manera reconoceremos un fragmento de círculo aunque variemos una y otra vez su posición en el plano.
En ambos ejemplos la imagen proyectada en la retina, ha cambiado por completo. Los estímulos luminosos de la figura han suscitado la aparición de puntos diferentes en la pantalla retiniana. Sin embargo, a pesar de todo, se ha conservado la «forma», es decir, el aspecto y la estructura del todo. Lo que ocurre es que nosotros no interpretamos las variaciones fundamentales del estímulo como una nueva figura, sino que los reconocemos como pertenecientes a la misma aunque en distinta posición. Así pues, todas las percepciones quedan englobadas en la totalidad de nuestra experiencia. Por esta causa, la «forma» del mundo exterior puede modificarse según los sentimientos, disposiciones y peculiaridades personales de cada individuo, de manera que la realidad no se nos presenta «objetiva» sino en relación con la experiencia individual del sujeto que la percibe.
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