El ojo es el órgano del sentido de la vista. Su constitución le capacita para captar y transmitir ondas electromagnéticas, pero es interesante conocer que sólo puede captar una selección dentro del amplio campo de estas ondas. Estas ondas «captables» por nuestro ojo son aquellas situadas entre los rayos ultravioletas y los infrarrojos.
En el margen que proporciona este campo limitado la luz se manifiesta en la forma del espectro conocido vulgarmente por «colores del arco iris». Las ondas que se encuentran por encima o por debajo de estos límites no son captables por el ojo humano.
Además de estas longitudes de onda que se captan como colores, poseemos en la vista un órgano capaz de captar la intensidad. Gracias a él podemos recibir todos los grados de intensidad comprendidos entre la oscuridad completa y la luz solar más brillante. De la misma manera, el ojo se acomoda y adapta también a las distintas intensidades lumínicas. Gracias a esta adaptación no percibimos la diferencia entre un día nublado y otro brillante con la intensidad en cierto modo brutal que se da en la realidad a pesar de que nuestro ojo es un órgano muy sensible.
La función ocular responde a una disposición fisiológica que comprende entre otros dos elementos anatómicos: los bastones y los conos. Unos y otros son pequeños corpúsculos situados en la retina que captan los estímulos ópticos. Los bastones son los encargados de la luminosidad y los conos de los estímulos del color. Para tener una idea de la precisión de estos receptores diremos que cada retina posee 130 millones de bastones y 7 millones de conos.
Estos últimos se hallan colocados más bien hacia el centro de la retina, de modo que en los límites de ésta somos casi ciegos para los colores. Pero en cambio, en esta región distinguimos con mayor claridad las diversas intensidades lumínicas, lo cual es de importancia durante el crepúsculo. Cuando el ojo pasa bruscamente de una intensidad lumínica a otra muy distinta, necesita cierto tiempo para poder acomodarse, lo cual se llama tiempo de adaptación y es más o menos largo según la intensidad del cambio entre luz y oscuridad. Todos habremos experimentado alguna vez que si salimos de una habitación muy bien iluminada a una calle oscura, necesitamos algún tiempo hasta que nos podamos orientar en la oscuridad. Como ya hemos dicho, este espacio de tiempo se denomina tiempo de adaptación. El ojo se adapta entonces a la oscuridad o a la claridad repentina.
De alguna manera puede compararse el ojo a una cámara fotográfica. En efecto, igual que los rayos lumínicos pasan a través de la lente, en el ojo pasan a la retina a través de la pupila. Sin embargo, mientras que la cámara es un instrumento fijo, el ojo se adapta «automáticamente» a todas las necesidades.
Estímulo y vivencia
Todas las percepciones sufren una «corrección» inconsciente antes de que pasen a nuestra conciencia como una «vivencia». Si se nos acerca un hombre desde lejos y no existiera esta corrección que decimos, la percepción de su imagen en nuestra retina sería la de un enano que va creciendo hasta convertirse en un gigante; un objeto que se acerca a nuestra retina nos va pareciendo doble y hasta triple de tamaño. A pesar de ello sabemos que el tamaño de un hombre que pasa es siempre el mismo. En este mecanismo correctivo juegan un papel importantísimo las experiencias vividas desde nuestros años más tempranos.
Sin darnos cuenta, hemos aprendido a corregir convenientemente la larga serie de datos físicos que en forma de estímulos han llegado a nuestros centros cerebrales, sin ser conscientes de los distintos pasos del proceso.
Se puede verificar fácilmente este ejemplo con una cámara fotográfica. Cuando se enfoca a un hombre desde distinta distancia veremos que su tamaño se duplica, y hasta triplica y cuadriplica a medida que se acerca. Sin embargo, a través de nuestro ojo lo vemos siempre igual. De esta manera se demuestra que el «ver» no es en el fondo un fenómeno físico —como sucede con la cámara fotográfica— sino que se trata de una vivencia psicofísica. Esta «vivencia» se hace posible gracias a la acción particular de las células cerebrales que transforman la imagen óptica en una impresión de tipo general o de conjunto.
Estudio experimental de las leyes de la percepción
Las particularidades descritas de la percepción óptica, que a través de leyes físicas dan lugar a nuevos conocimientos, pueden probarse y constatarse diariamente. Estas observaciones proporcionan argumentos que sirven para la comprensión del fenómeno de la visión. Pero puesto que su exposición es poco exacta y sus relaciones son, en general, poco seguras, podemos plantearnos la cuestión de si este tipo de observaciones valen para todos los casos o sólo para un caso particular. ¿Qué condiciones imprevisibles se hallan detrás de las observaciones exteriores? ¿Existen leyes que puedan considerarse válidas para todas las manifestaciones psíquicas? Estas cuestiones y otras semejantes surgen de modo inevitable cuando se quiere penetrar un poco más profundamente en los procesos de elaboración mental.
Podemos decir ya que existen respuestas para toda esta clase de problemas. Los conocimientos que poseemos sobre psicología perceptiva descansan en los resultados obtenidos como fruto de investigaciones y experiencias realizadas desde hace casi cien años. Sin embargo, antes de seguir adelante debemos ponernos de acuerdo en el significado de la palabra «experimentación» tratándose de cuestiones que afectan al terreno psíquico o mental.
En principio, todos nosotros somos capaces de llevar a cabo cierto tipo de experimentos; por ejemplo, miro por la ventana y observo a cierta distancia una casa y algo más lejos un poste de telégrafos.
Miro este cuadro primero con un solo ojo y luego con los dos y constato que mirando con los dos obtengo una imagen plástica que refleja los matices de distancia con mucha mayor nitidez que cuando miro con un solo ojo. De esta manera puede decirse que hemos realizado un experimento, pero sin embargo, no puede decirse de ninguna manera, que este experimento sea científico. Para efectuar un experimento científico debo poder disponer los objetos arbitrariamente una y otra vez, variar las condiciones, repetirlo varias veces y averiguar si siempre se obtienen los mismos resultados o no.
Para poder examinar con exactitud todas las condiciones de un experimento se hacen imprescindibles los laboratorios, en los cuales pueden llevarse a cabo con absoluta independencia de la acción de elementos exteriores. Los principios de la experimentación psicológica se remontan a Wilhelm Wundt.
Además de estas longitudes de onda que se captan como colores, poseemos en la vista un órgano capaz de captar la intensidad. Gracias a él podemos recibir todos los grados de intensidad comprendidos entre la oscuridad completa y la luz solar más brillante. De la misma manera, el ojo se acomoda y adapta también a las distintas intensidades lumínicas. Gracias a esta adaptación no percibimos la diferencia entre un día nublado y otro brillante con la intensidad en cierto modo brutal que se da en la realidad a pesar de que nuestro ojo es un órgano muy sensible.
La función ocular responde a una disposición fisiológica que comprende entre otros dos elementos anatómicos: los bastones y los conos. Unos y otros son pequeños corpúsculos situados en la retina que captan los estímulos ópticos. Los bastones son los encargados de la luminosidad y los conos de los estímulos del color. Para tener una idea de la precisión de estos receptores diremos que cada retina posee 130 millones de bastones y 7 millones de conos.
Estos últimos se hallan colocados más bien hacia el centro de la retina, de modo que en los límites de ésta somos casi ciegos para los colores. Pero en cambio, en esta región distinguimos con mayor claridad las diversas intensidades lumínicas, lo cual es de importancia durante el crepúsculo. Cuando el ojo pasa bruscamente de una intensidad lumínica a otra muy distinta, necesita cierto tiempo para poder acomodarse, lo cual se llama tiempo de adaptación y es más o menos largo según la intensidad del cambio entre luz y oscuridad. Todos habremos experimentado alguna vez que si salimos de una habitación muy bien iluminada a una calle oscura, necesitamos algún tiempo hasta que nos podamos orientar en la oscuridad. Como ya hemos dicho, este espacio de tiempo se denomina tiempo de adaptación. El ojo se adapta entonces a la oscuridad o a la claridad repentina.
De alguna manera puede compararse el ojo a una cámara fotográfica. En efecto, igual que los rayos lumínicos pasan a través de la lente, en el ojo pasan a la retina a través de la pupila. Sin embargo, mientras que la cámara es un instrumento fijo, el ojo se adapta «automáticamente» a todas las necesidades.
Estímulo y vivencia
Todas las percepciones sufren una «corrección» inconsciente antes de que pasen a nuestra conciencia como una «vivencia». Si se nos acerca un hombre desde lejos y no existiera esta corrección que decimos, la percepción de su imagen en nuestra retina sería la de un enano que va creciendo hasta convertirse en un gigante; un objeto que se acerca a nuestra retina nos va pareciendo doble y hasta triple de tamaño. A pesar de ello sabemos que el tamaño de un hombre que pasa es siempre el mismo. En este mecanismo correctivo juegan un papel importantísimo las experiencias vividas desde nuestros años más tempranos.
Sin darnos cuenta, hemos aprendido a corregir convenientemente la larga serie de datos físicos que en forma de estímulos han llegado a nuestros centros cerebrales, sin ser conscientes de los distintos pasos del proceso.
Se puede verificar fácilmente este ejemplo con una cámara fotográfica. Cuando se enfoca a un hombre desde distinta distancia veremos que su tamaño se duplica, y hasta triplica y cuadriplica a medida que se acerca. Sin embargo, a través de nuestro ojo lo vemos siempre igual. De esta manera se demuestra que el «ver» no es en el fondo un fenómeno físico —como sucede con la cámara fotográfica— sino que se trata de una vivencia psicofísica. Esta «vivencia» se hace posible gracias a la acción particular de las células cerebrales que transforman la imagen óptica en una impresión de tipo general o de conjunto.
Estudio experimental de las leyes de la percepción
Las particularidades descritas de la percepción óptica, que a través de leyes físicas dan lugar a nuevos conocimientos, pueden probarse y constatarse diariamente. Estas observaciones proporcionan argumentos que sirven para la comprensión del fenómeno de la visión. Pero puesto que su exposición es poco exacta y sus relaciones son, en general, poco seguras, podemos plantearnos la cuestión de si este tipo de observaciones valen para todos los casos o sólo para un caso particular. ¿Qué condiciones imprevisibles se hallan detrás de las observaciones exteriores? ¿Existen leyes que puedan considerarse válidas para todas las manifestaciones psíquicas? Estas cuestiones y otras semejantes surgen de modo inevitable cuando se quiere penetrar un poco más profundamente en los procesos de elaboración mental.
Podemos decir ya que existen respuestas para toda esta clase de problemas. Los conocimientos que poseemos sobre psicología perceptiva descansan en los resultados obtenidos como fruto de investigaciones y experiencias realizadas desde hace casi cien años. Sin embargo, antes de seguir adelante debemos ponernos de acuerdo en el significado de la palabra «experimentación» tratándose de cuestiones que afectan al terreno psíquico o mental.
En principio, todos nosotros somos capaces de llevar a cabo cierto tipo de experimentos; por ejemplo, miro por la ventana y observo a cierta distancia una casa y algo más lejos un poste de telégrafos.
Miro este cuadro primero con un solo ojo y luego con los dos y constato que mirando con los dos obtengo una imagen plástica que refleja los matices de distancia con mucha mayor nitidez que cuando miro con un solo ojo. De esta manera puede decirse que hemos realizado un experimento, pero sin embargo, no puede decirse de ninguna manera, que este experimento sea científico. Para efectuar un experimento científico debo poder disponer los objetos arbitrariamente una y otra vez, variar las condiciones, repetirlo varias veces y averiguar si siempre se obtienen los mismos resultados o no.
Para poder examinar con exactitud todas las condiciones de un experimento se hacen imprescindibles los laboratorios, en los cuales pueden llevarse a cabo con absoluta independencia de la acción de elementos exteriores. Los principios de la experimentación psicológica se remontan a Wilhelm Wundt.